Las universidades conforman instituciones cuyas características, formas
de organización y estructuras conservan, a menudo, rasgos muy antiguos.
Por eso, el conocimiento de sus orígenes y su evolución nos permite
explicar muchos de sus rasgos contemporáneos. Las primeras universidades
surgieron a principios del siglo XIII en Europa. Aunque las
universidades fueron creadas entonces, tenían raíces antiguas y
reconocían antecedentes en las escuelas formadas en las catedrales para
instruir al Clero. En Francia, por ejemplo, las catedrales tenían
escuelas permanentes donde se enseñaban las Sagradas Escrituras. En las
principales ciudades europeas desde principios del siglo XII aparecieron
maestros y estudiantes que provenían de lugares muy distintos y que
acudían allí para enseñar o aprender, en forma independiente. Para esto,
los maestros debían obtener previamente un permiso de las autoridades
eclesiásticas que conservaban por entonces el monopolio de la enseñanza.
En muchos casos, tanto maestros como estudiantes decidieron asociarse
para defender de esta forma sus derechos y peticionar ante las
autoridades. Este fue el origen de las Universidades que adquirieron esa
denominación porque agrupaban a personas de orígenes y pueblos
(naciones) muy distintos. La mayoría de los estudios coincide en señalar
que la primera universidad fue fundada en la ciudad italiana de Bolonia
pero muy poco tiempo después se crearon las de París y Oxford. En
Bolonia la iniciativa partió de los estudiantes. En París y Oxford
fueron los maestros los que decidieron asociarse y fundar una
Universidad para proteger así sus derechos. Las universidades fueron
creadas para transmitir el conocimiento. Eran organizaciones para la
enseñanza y el aprendizaje de una serie de disciplinas. En aquellos
tiempos, no se esperaba de la universidad la generación de un
conocimiento meramente “utilitario” que sirviese para resolver problemas
de la vida cotidiana. El conocimiento que debía ofrecer la universidad
tenía como propósito central contribuir a la mejor organización de la
sociedad cristiana y a la salvación de las almas. Para cumplir con este
objetivo toda la enseñanza estaba dividida en dos grandes etapas. En
principio, el estudiante debía pasar por una etapa de estudios
preparatorios que insumía, en realidad, varios años. Durante ésta,
incorporaba un modo de razonamiento, una serie de técnicas para analizar
los textos escritos. Esto se lograba gracias al aprendizaje de los
principios de las llamadas “Artes Liberales” que estaban constituidas
por la Gramática, la Retórica y la Dialéctica por un lado y la
Aritmética, la Música, la Astronomía y la Geometría, por otro. Una vez
que el estudiante había incorporado los rudimentos de las artes
liberales podía continuar sus estudios. Por lo general tenía tres
opciones: seguir estudios de Derecho, Medicina o Teología. De esta
forma, las primeras Universidades poseían una organización compuesta por
cuatro facultades: la de Artes o Filosofía, que era en realidad una
escuela preparatoria, y las de Derecho, Medicina y, fundamentalmente
Teología. Esta última era la disciplina superior por excelencia y la más
prestigiosa. Las universidades fueron, durante todo el período moderno,
instituciones sumamente conservadoras, estrechamente asociadas a la
Iglesia. A principios del siglo XIX, la gran mayoría de las casas de
estudios seguían conservando los rasgos adquiridos durante los tiempos
medievales. Esto provocó que quedasen al margen de las grandes
corrientes científicas e intelectuales desarrolladas durante los siglos
XVII y XVIII. La revolución científica y cultural de aquellos siglos,
que transformó toda la concepción del mundo, no pasó por las
Universidades, adquiriendo éstas una reputación negativa. Por supuesto
hubo también excepciones, pero en líneas generales, las casas de
estudios superiores fueron muy poco permeables a los cambios. La
producción científica pasaba por Academias que dependían directamente
del estado y de los príncipes, y por círculos privados. Tampoco pasaba
la formación profesional por las universidades. En las Academias
estatales se formaban los ingenieros, los arquitectos, los veterinarios
y, en algunos casos también los médicos y los abogados. A finales del
siglo XVIII y principios del XIX las universidades experimentaron
procesos de transformación. Desde entonces comenzaron a desprenderse en
forma definitiva de la influencia de la Iglesia, se subordinaron a las
autoridades civiles y se adecuaron a los cambios derivados del
desarrollo de las ciencias y de las necesidades del estado. A partir de
entonces empezó a exigirse de las casas de altos estudios la generación
de un conocimiento efectivamente útil para el desarrollo de la sociedad.
Durante aquellos años comenzaron a enseñarse nuevas disciplinas y
algunas que ya se enseñaban pero ahora se dictaban siguiendo criterios
modernos: Geografía, Física, Matemática, Ciencias de la Administración.
Desde principios del siglo XIX, las universidades europeas evolucionaron
siguiendo dos grandes modelos. Uno de ellos concebía a la universidad
fundamentalmente como el ámbito para el desenvolvimiento y la práctica
de la ciencia: este fue el modelo que se desarrolló en los principados
alemanes por iniciativa de Guillermo de Humboldt. A la universidad debía
acudirse para aprender los principios y los procedimientos de la
ciencia. El segundo se construyó en Francia en tiempos de Napoléon y
concebía a la universidad como ámbito para el desarrollo y la formación
de los profesionales. En este último modelo la universidad era el
organismo del estado encargado de otorgar un título o certificación que
habilitaba para el ejercicio de una profesión. La historia de la
universidad argentina debe comprenderse en el mismo contexto de
evolución de las universidades occidentales. La primera universidad
fundada en el actual territorio de la Argentina fue la de Córdoba. En
sus orígenes era una escuela organizada por los jesuitas y fundada para
la instrucción del clero. En 1623 esta escuela recibió una autorización
del Papa para conceder títulos universitarios. La estructura de la Universidad de Córdoba
estaba inscripta en el mismo molde de las universidades medievales.
Hasta finales del siglo XVIII estuvo centrada exclusivamente en los
estudios teológicos. Recién entonces se incorporaron los estudios de
Derecho Civil. La segunda universidad argentina fue la de Buenos Aires,
fundada en 1821. La universidad porteña adquirió desde sus orígenes una
impronta distinta. Aunque también la teología tuvo un lugar de
relevancia, en Buenos Aires existía ya una tradición de enseñanza
superior destinada a resolver los problemas concretos que se presentaban
a su comunidad. En Buenos Aires se fundaron desde el siglo XVIII
escuelas destinadas a la formación de médicos, militares, navegantes
(como el Protomedicato o las Escuelas de Náutica y Dibujo, y
Matemáticas). Varias de estas instituciones se integraron en la
universidad. Pero el funcionamiento de las casas de estudios
universitarios, tanto en Córdoba como en Buenos Aires, experimentó
dificultades sustanciales durante el período de las guerras civiles.
Recién a partir de 1860 bajo las presidencias de Mitre primero y
Sarmiento después, las universidades fueron reorganizadas. Prácticamente
se suprimió entonces la enseñanza de la Teología y se incluyó la
enseñanza del Derecho, la Medicina y las Ciencias Exactas. Hacia finales
del siglo XIX las dos grandes universidades argentinas se organizaron
siguiendo el modelo napoleónico. El objetivo de las casas de altos
estudios consistía en formar profesionales. Quienes acudían a las
universidades argentinas buscaban también un título profesional:
fundamentalmente el de médico o abogado. Las universidades no cumplirían
un papel relevante en el desarrollo de la ciencia ni en el cultivo de
las humanidades hasta la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo,
conformaron el principal ámbito de formación de los profesionales
liberales, constituían el lugar de formación y socialización de los
dirigentes políticos y un ámbito central para el ascenso social de gran
parte de los hijos de inmigrantes que llegaron en forma masiva a la
Argentina a finales del siglo XIX y principios del XX. Un hito central
en la historia de la universidad argentina lo constituye, sin duda, la
Reforma Universitaria de 1918. El movimiento de la Reforma se originó en
Córdoba por la presión de los estudiantes que exigían cambios en el
régimen de estudios, la modernización de los contenidos y la
transformación de la organización institucional de la universidad. El
gobierno de aquel entonces presidido por Hipólito Irigoyen intervino la
Universidad de Córdoba y forzó un proceso de cambios que se tradujeron
luego en las casas de estudios de La Plata y Buenos Aires. La Reforma de
1918 determinó que el gobierno de las casas de estudios quedase en
manos de los protagonistas de la vida académica: de sus profesores y sus
estudiantes, y en algunos casos también de los graduados. La Reforma
permitió la democratización del gobierno pero también del acceso al
profesorado y posibilitó un proceso de modernización de las estructuras
curriculares y los planes de estudio. Pero todavía entonces las
universidades eran consideradas en la Argentina y en otros países del
mundo como instituciones a las que sólo podía acceder una pequeña élite
que provenía de las clases altas de la sociedad y de algunos sectores de
las clases medias. En 1918, en tiempos de la Reforma Universitaria,
había en la Argentina solamente 8.000 estudiantes universitarios, la
gran mayoría de ellos en Buenos Aires. La verdadera transformación y
democratización del sistema universitario se produjo en todo el mundo a
partir de 1945. En pocos años la matrícula universitaria prácticamente
se triplicó. En la Argentina había en 1947 casi 52.000 estudiantes
universitarios, pero ya en 1955 ascendían a 143.000. Esta política fue
favorecida por la supresión de los aranceles universitarios que hasta
entonces eran obligatorios y también de los exámenes de ingreso. Aunque
las universidades argentinas siguieron asumiendo como función principal
la formación de profesionales, por entonces también se revalorizó su
papel como lugar para el desarrollo de la investigación científica. Otro
momento singularmente importante en la historia universitaria argentina
se produjo a finales de los años cincuenta cuando aparecieron las
primeras universidades privadas autorizadas a emitir títulos
habilitantes. Esto dio lugar a una nueva transformación del sistema
universitario. Desde entonces, a excepción del período de la dictadura
militar entre 1976 y 1983, el número de estudiantes y el de
universidades no ha dejado de crecer. Actualmente existen en la
Argentina casi un millón y medio de estudiantes universitarios y
alrededor de cien universidades estatales y privadas.
La Universidad, creada en 1919 tras los acontecimientos que desencadenaron la Reforma Universitaria, brinda educación a toda la ciudadanía, conjugando una forma de gobierno democrática y una gestión ágil y moderna, adaptándose constantemente a las exigencias del contexto. A 90 años de su nacimiento, la Universidad Nacional del Litoral continúa sosteniendo los principios reformistas que le dieron origen, proyectando su labor de enseñanza, investigación y promoción científica y cultural desde Santa Fe hacia toda la región litoral de Argentina.
La calidad de sus egresados, los significativos avances en investigación, la permanente transferencia de ciencia, tecnología y cultura y su integración al mundo, le han valido un alto reconocimiento social y la posicionan como un referente educativo y cultural en la región y el país.
La Universidad, creada en 1919 tras los acontecimientos que desencadenaron la Reforma Universitaria, brinda educación a toda la ciudadanía, conjugando una forma de gobierno democrática y una gestión ágil y moderna, adaptándose constantemente a las exigencias del contexto. A 90 años de su nacimiento, la Universidad Nacional del Litoral continúa sosteniendo los principios reformistas que le dieron origen, proyectando su labor de enseñanza, investigación y promoción científica y cultural desde Santa Fe hacia toda la región litoral de Argentina.
La calidad de sus egresados, los significativos avances en investigación, la permanente transferencia de ciencia, tecnología y cultura y su integración al mundo, le han valido un alto reconocimiento social y la posicionan como un referente educativo y cultural en la región y el país.